lunes, 19 de mayo de 2008
Diálogo con Niklas Luhmann
Pero no es el arte un sistema solitario. Hay un ordenamiento a partir de la alteridad, de la diferencia. Si el arte se erigiera en medio de un desierto vacío, ausente de cualquier otra estructura ideológica, no sería reconocible. El diálogo entre distinciones y funcionalidades otorga las características que hoy nos parecen tan familiares, sentidos adquiridos a partir de la oposición. Delimitar al arte es establecer su vinculación con otros sistemas.
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Pienso en Las capas de la piel, una instalación de Néstor Quiñones presentada en el Centro Cultural del México Contemporáneo, como parte de la exposición "Ojo que no ve" (2006). La pieza artística consistía en siete mantas oscuras que colgaban del techo del espacio. Dichas mantas portaban dibujos de arterias, brazos y otros fragmentos del cuerpo humano. El espectador debía transitar entre las telas, sintiendo los roces de los velos que simulaban las distintas experiencias que componen a la vida humana. Las figuras trazadas en la tela, eran tan sólo estímulos, siluetas que buscaban ser reconocibles para la generalidad humana. Elementos cercanos a todos pero también potenciadores de vivencias distintas, singulares activaciones de la memoria.
Lo contemplado se recubre de sentido. Ser espectador es hacer de esa convergencia temporal y espacial un instante frente a una obra de arte. Hay un entronque, un chasquido que despierta el apetito estético y que nos ubica en las afueras de la cotidianidad. Una mujer decía que caminar entre Las capas de la piel le había recordado el nacimiento de su primer hijo. Ella se había adueñado de la obra, la había actualizado y hecho tomar un camino distinto, un sendero individual. Ese sendero se alejaba de los terrenos de lo común: el recuerdo de dar a luz no había sido evocado de una manera habitual, había nacido de la posibilidad infinita. Ser espectador es entonces, hacer de aquella matizada gama de probabilidades una experiencia concreta, una apropiación. Ser artista es producir estímulos que en su materialización hagan palpable aquello que normalmente no lo es.
La comunicación descansa, en la relación obra de arte-espectador, en la forma que permanece. Dicho en otros términos, el objeto estético reside entre la imposibilidad y la concreción. El espacio de lo imposible le otorga al observador esa facilidad de resignificación, de reencuentro de sí mismo a partir de un estímulo matérico. La forma que se ha seleccionado, los velos negros con siluetas blancas, serán el vínculo entre pieza de arte y contemplador, condición que lo determina como acto y presencia. La comunicación permite la actualización, el cobijo del ojo espectador. Por supuesto, no se trata aquí de una comunicación eficiente, destinada a la mutilante rutina diaria, sino de una impresión que oscila lejana a las brusquedades del sí y el no, de lo falso y lo verdadero.
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Caminamos con tranquilidad, desplazamientos cómodos que siempre certifican lo que vendrá. De pronto, una fisura. Un desgarramiento en la escenografía de la realidad nos atrae, observamos un universo compuesto de segmentos conocidos aunque con un aire distinto, con un nuevo orden. La fisura nos obliga a desplazarnos, a volver cercanos esos objetos ajenos; pero no hay manual, aquí no hay lectura correcta. El arte vive en el espacio que escapa al ordenamiento dicotómico de la realidad, a la racionalidad que certifica.
El arte es redundante, siempre nos hace volver hacia nosotros mismos.
*“La función del arte y su proceso de diferenciación” en Luhmann, Niklas, El arte de la sociedad, Herder, UIA, México, 2005. pp.223-308.
martes, 29 de abril de 2008
"Ojo que no ve"*
La recurrencia que tiene al enfocar al hombre en escenarios abiertos y neutros, desarrolla la idea de interrogación ante todo lo que supera al entendimiento de la naturaleza, aún cuando nos encontramos inmersos en adelantos tecnológicos, lo cual evoca al motor primigenio de las artes y de la historia en general: el afán de maravilla, la sorpresa de encontrarse con lo desconocido: pero también el poder de transformación, de trabajo y reflexión. Es así como la obra de Néstor nos lleva por un recorrido figurativo, simbólico, introspectivo, pero con grandes resonancias colectivas.
Imágenes lacerantes en un mundo onírico, figuras galácticas en las que el hombre emerge dentro de su propia fantasía, amotinamiento de color y línea indefinida, construcciones de desiertos enquistados en la mente humana, mares eternos y melancólicos con puntos indistintos en la inmesidad, trayectos vitales insertos en arena o en plata, ovnis paseantes en aguas nostálgicas, papalotes. árboles desafasados entre riscos de espacio impreciso, frutas que observan el universo, que conviven con seres desconocidos, pero reconocibles, máscaras que fluctúan entre la expresión y la reflexión, es algo de lo mucho que podemos encontrar en la obra de Néstor Quiñones.
El personaje de Néstor como artista es visible en su obra, como modelo de arquitecto, de constructor, en el que los símbolos de la posmodernidad bien pueden descomponerse, y llevarse a un plano reflexivo de los que somos como sociedad, como humanidad. Llega al punto de fuga en el cual, la realidad es el espacio en que la obra toma vida propia, escindiéndose de cualquier injerencia formal, y más bien, abordando un planteamiento nuevo, para mostrar las expresiones que históricamente han demostrado que el hombre es capaz de reinventarse, de llevar un recorrido memorial de los sentimientos, de las problemáticas del tiempo que le toca vivir, sufrir, disfrutar, y finalmente crear.
La exposición Ojo que no ve que incluye la paradoja de la gran Piedra Invisible, vuelve a poner de relieve el significado de la visión, como una facultad más allá de lo físico. En esta nueva aproximación a la imágen de Néstor Quiñones nos revela formas y emociones que nos corresponden sin dejar de sorprendernos. Figuras e imágenes que nos sitúan en un tiempo y un espacio aprehensible, pero a la vez fuera de tiempo y el espacio. un juego infinito entre el hacer aparecer y el ocultamiento. El trabajo inacabable del artista.
*Texto escrito para la exposición presentada en el Centro Cultural del México Contemporáneo
sábado, 12 de abril de 2008
Pensamientos en sábado
¿De qué hablan las piezas de este artista nacido en 1967? Sus composiciones son orgánicas y fluídas aunque poseen una cierta crudeza, un dejo de incomodidad. Al encontrarse, el contemplador, con esas figuras humanas sin rostro, con la representación genérica de la identidad humana, puede producirse un estado de inquietud y extrañamiento.
Ahora bien, si vemos en estas básicas siluetas de hombres, aspiraciones totalizadoras y universales, sin duda se trata de pretensiones metafísicas. Es más, no dudo que la ausencia de rostros, de rasgos característicos y singulares, obedezca a una intención de que "todos" podamos reconocernos en esos seres bidimensionales. Hay en esos cuadros verdades dichas a una imaginada comunidad humana, a un espectador que se busca no sea estudiante, crítico de arte o contador sino simplemente, ser humano.
¿Y qué produce esa confrontación con el ser humano del observador? Inquietud, despojamiento. El que contempla se encuentra desnudo, lejano a las seguridades que otorgan los posicionamientos sociales que lo ubican, que le dan sentido. Frente a frente con su condición más pura e ineludible, se relaciona consigo mismo, se reconoce como parte de un universo inconmesurable ¿Es eso lo metafìsico? ¿El encuentro con el yo humano?
Tenemos pues dos problemáticas; A) lo metafísico entendido como lo universal, como lo verdadero y B) lo metafísico como lo esencial, lo que subsiste independiente a cada caso particular. Ambas disyuntivas convergen en el concepto de Ser: comprendido como aquello que determina y que es a-histórico.
Apelar a este ser humano, como característica inherente a los sujetos, puede ubicar a la obra de Néstor como metafísica, aunque en realidad, cualquier vivencia que traspase los umbrales de nuestro ser social y prefabricado y que nos relacione como fragmentos de un universo más amplio también lo es. Las experiencias más profundas nos inquietan, nos permiten ver lo inapresable del mundo. No respetan las convenciones sobre el tiempo y el espacio; en un segundo se contiene el recorrido vivido, y el contexto se transforma a la luz de los recuerdos. Lo verdadero se contiene en cada enunciado emitido, en cada expresión. La comunicación parte del hecho de creer que lo dicho es cierto, de otro modo carecería de sentido.
No creo que las producciones de Néstor alberguen en mayor medida un tono místico y totalizante: lo que sí contienen en demasía es valor para afrontar(nos), para exteriorizar aquello que todos creemos en secreto, para hacer visible la fé que nos mantiene moviles en una época que algunos caracterizan como desesperanzada.
sábado, 5 de abril de 2008
Der Handtuchhalter

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Dos espejos. Uno frente a otro, idénticos en un primer momento. Espejos de seguridad de doble vista que cubren la superficie de una caja de madera.
Esta superficie de espejo no es permanente. Se vuelve traslucida al encenderse el sistema de iluminación interior que posee cada una de las cajas-espejo. Éstas últimas se encuentran sincronizadas con la luz de la atmósfera, por lo que al ir descendiendo la iluminación ambiental se va acrecentando la luz individual que permite observar a través de los espejos y por lo tanto, al interior de las piezas.
La primera pieza, a la que convendría denominar espejo A, posee un interior pintado de blanco. Justo en el centro hay una escultura inspirada en las composiciones pictóricas propias del vanitas.
La segunda obra, es decir el espejo B, está tapizado por dentro con terciopelo negro. El terciopelo, sin embargo, cubre sólo los laterales: el fondo posee un espejo rectangular que cubre toda la superficie. En la base de este espejo B hay un tablón de madera que se refleja de forma infinita.
Frente al espejo A y el espejo B hay una frase escrita en el piso: “el futuro se pierde, cuando se ha olvidado el camino”. Es así como tenemos un escenario compuesto por ambos espejos, que se sitúan uno frente a otro y que son a su vez, antecedidos por una breve leyenda.

Al encenderse las luces de la atmósfera –y opacarse el interior de las cajas-espejo— el espectador (tal vez sea más correcto decir el contemplador) se encuentra con su reflejo habitual, con su identidad corpórea. Sin embargo, su propia posición, en medio de esos espejos que han cerrado sus puertas, le permite percatarse de que es él la conexión entre uno y otro, el vínculo entre vida y muerte . La frase que yace a su lado súbitamente cobra sentido: “El futuro se pierde, cuando se ha olvidado el camino”. Se reconoce entonces como continuador de la vida, como un ser susceptible al error y al extravío si olvida hablarse con honestidad a sí mismo.
Bibliografía
• Heidegger, Martin, “El orígen de la obra de arte” en Arte y poesía, FCE, México, 2005.
• Welermair, Peter (ed.), The Bird of Self-Knowledge, Stemmle, Zurich, 1998.
Algunos apuntes sobre La Quiñonera

La historia va más o menos así; una inmensa casa, en Coyoacán, es ocupada por los hermanos Quiñones. Los padres de éstos se mudan a finales de los años setenta, dejando a los adolescentes en completa libertad. Al principio, La Quiñonera era espacio de fiestas constantes, con los años, se transformó en el estudio de diversos artistas visuales y finalmente, se convirtió en un lugar de exposiciones y en un jardín escultórico.
Por supuesto el fenómeno de La Quiñonera debió haber sido mucho más complejo de lo que yo puedo narrar aquí. Hoy se le asocia a una serie de centros alternativos –como el Salón de los Aztecas o La Agencia— que, paralelamente, fungieron como marcos de expresiones artísticas emergentes y experimentales. Paradójicamente, fueron esta clase de espacios los que generaron muchos de los artistas consagrados y legitimados en la actualidad, tales como Diego Toledo, Alonso Guardado o el Grupo SEMEFO.
Esta es, digamos, la versión más difundida, la visión que la historia del arte se ha encargado de construir. En realidad yo no se mucho más, sólo tengo algunos fragmentados recuerdos de conversaciones con Néstor en donde, de cuando en cuando, hacía referencia a esos años que marcaron su trayectoria artística y personal.
La primera vez que platiqué con Néstor, en noviembre del año pasado, me sorprendió el hecho de que, sin necesidad de cuestionarlo sobre el tema, me platicará cuál había sido la orientación que había adquirido su vida a partir de La Quiñonera. Su reflexión me hizo ver que para él, La Quiñonera implicaba más una serie de relaciones personales y profesionales que un espacio físico. La descripción que hacía de ese momento de su vida, resonaba en mis oídos como una especie de relato fantástico: unos hermanos increíblemente jóvenes que se quedan en posesión absoluta de una gran casa y que de repente, se encuentran viviendo en una suerte de comuna hippie, donde se depositan las expectativas de la crítica y el mercado del arte.
Lo que quiero decir, es que los Quiñones fueron víctimas –tal vez afortunadas— de una serie de circunstancias que los ubicaron dentro de un movimiento –cultural, historiográfico y artístico— al que ellos no ingresaron de manera voluntaria ni estratégica. Fueron esas circunstancias las que determinarían la integración de Néstor dentro del circuito del arte y las que marcaron, en gran medida, la asimilación que se hace de sus obras.
En la exposición “La era de la discrepancia”, llevada a cabo en MUCA-CU en 2007, se integra un cuadro de Néstor llamado Proverbio y realizado en 1992. Esa pieza funciona en la exhibición como alusión a La Quiñonera. Ahora bien, la pregunta es ¿Qué es lo que la hace pertenecer a esa escena? ¿Gozar de la autoría de uno de los gemelos Quiñones? Los criterios son difusos. Lo que es claro es que los alcances que tiene La Quiñonera dentro de la configuración y asimilación que se hace de la obra de Néstor Quiñones son extensos. Habría que preguntarse, sin embargo ¿Hasta que punto se ha vuelto La Quiñonera una clasificación? ¿Cuáles son sus límites y posibilidades? Parece pertinente hacer una revisión y decidir significaciones más delimitadas acerca del fenómeno que se llevó a cabo en Coyoacan hace dos décadas: ¿Es La Quiñonera un espacio físico, una corriente u orientación artística, un colectivo o una coyuntura histórica? Las opciones no se excluyen unas a otras y tal vez sea ese precisamente el problema; la fácil inclusión de diversas manifestaciones dentro de un vago concepto.
lunes, 17 de marzo de 2008
Una presentación atrasada
Soy Irene Álvarez, estudiante de la Universidad del Claustro de Sor Juana y asistente de Néstor Quiñones. Trabajar con éste último, conocerlo, tener acceso a algunos registros de sus piezas y a los procesos creativos que las hacen posibles, son las motivaciones que me han impulsado a iniciar este blog. Me parece que dichas circunstancias trascienden a lo ordinario y permiten una comprensión más profunda y contextual de las concreciones estéticas.
A través de este medio pretendo exteriorizar algunas interpretaciones alrededor de ciertas piezas artísticas o exposiciones, así como seleccionar y difundir notas periodísticas que refieren al trabajo del artista.
Velos, dicotomías y totalidades
La obra de Néstor no es fácilmente decodificada. Las capas, los distintos niveles de lectura que suponen sus composiciones, tan profundamente simbólicas, requieren de cierto grado de introspección y serenidad por parte del espectador.
Sus piezas artísticas están constituidas por velos: significaciones verticales que uno penetra, supera y trastoca mientras transcurre esa vivencia, que más que estética es, existencial. Ahora bien, los velos subyacen no sólo como interpretaciones de la que escribe, sino como verdaderos ejes teóricos que sustentan la obra del artista.
En 2006 se presentó en el Centro Cultural del México Contemporáneo una instalación compuesta por seis mantas negras que, tendidas del techo, formaban “Las capas de la piel”. Aquél que participaba en la pieza experimentaba el deseo de atravesar las extensiones de tela: impulso casi instintivo, físico, que remitía a aquello tan común en la producción de Quiñones: la provocación de experiencias profundas y originarias a partir de reminiscencias a la esencialidad humana y la corporeidad.
Tanto la esencialidad como la corporeidad son conceptos susceptibles a ser vinculados entre sí. Ambos aluden a la dicotomía muerte/vida y universalidad. La muerte y la vida, como representaciones esenciales de lo humano, es a su vez un tópico tratado por Quiñones en Der Handtuchhalter –instalación realizada en 1998 en Tiroler Volkskunstmuseum en Innsbruck— en donde un par de espejos, al iluminarse desde el interior, permiten observar un camino interminable y una escultura que, al ser un cuerpo humano que deja ver una parte del esqueleto, recuerda mucho a la iconografía propia del vanitas.
La universalidad como presencia, se hace patente en la abstracta simbología tan constante en su obra. Hay un afán por abarcar totalidades a partir del uso de signos, de figuras antropomórficas ausentes de rostro que involucran al que observa no sólo como individuo, sino también como un miembro más de la raza humana, como un anónimo ser orgánico.