sábado, 5 de abril de 2008

Algunos apuntes sobre La Quiñonera

Hablar de La Quiñonera parece obligado en un espacio como este, dedicado a profundizar y difundir la trayectoria de Néstor Quiñones, aún así debo decir que tal vez yo no sea la adecuada para realizar dicho ejercicio; yo nací en 1985, La Quiñonera –espacio alternativo de arte y referente obligado de la historia del arte contemporáneo en México— fue fundada tres años después. Advierto entonces, que la narración posterior es susceptible a errores y parcialidades.

La historia va más o menos así; una inmensa casa, en Coyoacán, es ocupada por los hermanos Quiñones. Los padres de éstos se mudan a finales de los años setenta, dejando a los adolescentes en completa libertad. Al principio, La Quiñonera era espacio de fiestas constantes, con los años, se transformó en el estudio de diversos artistas visuales y finalmente, se convirtió en un lugar de exposiciones y en un jardín escultórico.

Por supuesto el fenómeno de La Quiñonera debió haber sido mucho más complejo de lo que yo puedo narrar aquí. Hoy se le asocia a una serie de centros alternativos –como el Salón de los Aztecas o La Agencia— que, paralelamente, fungieron como marcos de expresiones artísticas emergentes y experimentales. Paradójicamente, fueron esta clase de espacios los que generaron muchos de los artistas consagrados y legitimados en la actualidad, tales como Diego Toledo, Alonso Guardado o el Grupo SEMEFO.

Esta es, digamos, la versión más difundida, la visión que la historia del arte se ha encargado de construir. En realidad yo no se mucho más, sólo tengo algunos fragmentados recuerdos de conversaciones con Néstor en donde, de cuando en cuando, hacía referencia a esos años que marcaron su trayectoria artística y personal.

La primera vez que platiqué con Néstor, en noviembre del año pasado, me sorprendió el hecho de que, sin necesidad de cuestionarlo sobre el tema, me platicará cuál había sido la orientación que había adquirido su vida a partir de La Quiñonera. Su reflexión me hizo ver que para él, La Quiñonera implicaba más una serie de relaciones personales y profesionales que un espacio físico. La descripción que hacía de ese momento de su vida, resonaba en mis oídos como una especie de relato fantástico: unos hermanos increíblemente jóvenes que se quedan en posesión absoluta de una gran casa y que de repente, se encuentran viviendo en una suerte de comuna hippie, donde se depositan las expectativas de la crítica y el mercado del arte.

Lo que quiero decir, es que los Quiñones fueron víctimas –tal vez afortunadas— de una serie de circunstancias que los ubicaron dentro de un movimiento –cultural, historiográfico y artístico— al que ellos no ingresaron de manera voluntaria ni estratégica. Fueron esas circunstancias las que determinarían la integración de Néstor dentro del circuito del arte y las que marcaron, en gran medida, la asimilación que se hace de sus obras.

En la exposición “La era de la discrepancia”, llevada a cabo en MUCA-CU en 2007, se integra un cuadro de Néstor llamado Proverbio y realizado en 1992. Esa pieza funciona en la exhibición como alusión a La Quiñonera. Ahora bien, la pregunta es ¿Qué es lo que la hace pertenecer a esa escena? ¿Gozar de la autoría de uno de los gemelos Quiñones? Los criterios son difusos. Lo que es claro es que los alcances que tiene La Quiñonera dentro de la configuración y asimilación que se hace de la obra de Néstor Quiñones son extensos. Habría que preguntarse, sin embargo ¿Hasta que punto se ha vuelto La Quiñonera una clasificación? ¿Cuáles son sus límites y posibilidades? Parece pertinente hacer una revisión y decidir significaciones más delimitadas acerca del fenómeno que se llevó a cabo en Coyoacan hace dos décadas: ¿Es La Quiñonera un espacio físico, una corriente u orientación artística, un colectivo o una coyuntura histórica? Las opciones no se excluyen unas a otras y tal vez sea ese precisamente el problema; la fácil inclusión de diversas manifestaciones dentro de un vago concepto.

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