La modernidad se ha caracterizado por ser un espacio histórico-temporal en donde operan diversas unidades, sentidos o estructuras con funciones específicas -no por eso exentos de dialogo entre sí. Partiendo de esa construcción, de ese modo de organizar la realidad (tal vez sería más correcto decir realidades), surge la pregunta ¿qué hace específico al sistema del arte? ¿qué lo determina como tal? El arte obra de una manera específica, tiene funciones asignadas. Es entonces su hacer lo que justifica su existencia.
Pero no es el arte un sistema solitario. Hay un ordenamiento a partir de la alteridad, de la diferencia. Si el arte se erigiera en medio de un desierto vacío, ausente de cualquier otra estructura ideológica, no sería reconocible. El diálogo entre distinciones y funcionalidades otorga las características que hoy nos parecen tan familiares, sentidos adquiridos a partir de la oposición. Delimitar al arte es establecer su vinculación con otros sistemas.
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Pienso en Las capas de la piel, una instalación de Néstor Quiñones presentada en el Centro Cultural del México Contemporáneo, como parte de la exposición "Ojo que no ve" (2006). La pieza artística consistía en siete mantas oscuras que colgaban del techo del espacio. Dichas mantas portaban dibujos de arterias, brazos y otros fragmentos del cuerpo humano. El espectador debía transitar entre las telas, sintiendo los roces de los velos que simulaban las distintas experiencias que componen a la vida humana. Las figuras trazadas en la tela, eran tan sólo estímulos, siluetas que buscaban ser reconocibles para la generalidad humana. Elementos cercanos a todos pero también potenciadores de vivencias distintas, singulares activaciones de la memoria.
Lo contemplado se recubre de sentido. Ser espectador es hacer de esa convergencia temporal y espacial un instante frente a una obra de arte. Hay un entronque, un chasquido que despierta el apetito estético y que nos ubica en las afueras de la cotidianidad. Una mujer decía que caminar entre Las capas de la piel le había recordado el nacimiento de su primer hijo. Ella se había adueñado de la obra, la había actualizado y hecho tomar un camino distinto, un sendero individual. Ese sendero se alejaba de los terrenos de lo común: el recuerdo de dar a luz no había sido evocado de una manera habitual, había nacido de la posibilidad infinita. Ser espectador es entonces, hacer de aquella matizada gama de probabilidades una experiencia concreta, una apropiación. Ser artista es producir estímulos que en su materialización hagan palpable aquello que normalmente no lo es.
La comunicación descansa, en la relación obra de arte-espectador, en la forma que permanece. Dicho en otros términos, el objeto estético reside entre la imposibilidad y la concreción. El espacio de lo imposible le otorga al observador esa facilidad de resignificación, de reencuentro de sí mismo a partir de un estímulo matérico. La forma que se ha seleccionado, los velos negros con siluetas blancas, serán el vínculo entre pieza de arte y contemplador, condición que lo determina como acto y presencia. La comunicación permite la actualización, el cobijo del ojo espectador. Por supuesto, no se trata aquí de una comunicación eficiente, destinada a la mutilante rutina diaria, sino de una impresión que oscila lejana a las brusquedades del sí y el no, de lo falso y lo verdadero.
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Caminamos con tranquilidad, desplazamientos cómodos que siempre certifican lo que vendrá. De pronto, una fisura. Un desgarramiento en la escenografía de la realidad nos atrae, observamos un universo compuesto de segmentos conocidos aunque con un aire distinto, con un nuevo orden. La fisura nos obliga a desplazarnos, a volver cercanos esos objetos ajenos; pero no hay manual, aquí no hay lectura correcta. El arte vive en el espacio que escapa al ordenamiento dicotómico de la realidad, a la racionalidad que certifica.
El arte es redundante, siempre nos hace volver hacia nosotros mismos.
*“La función del arte y su proceso de diferenciación” en Luhmann, Niklas, El arte de la sociedad, Herder, UIA, México, 2005. pp.223-308.
lunes, 19 de mayo de 2008
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